La depresión es un trastorno mental y la principal causa de discapacidad que alcanza a todo el mundo. Es el trastorno más debilitante y recurrente relacionado con el estrés, causando un gran impacto en la calidad de vida de las personas afectadas [2]. La prevalencia estimada del trastorno depresivo mayor (TDM) alcanza el 4,4% de la población mundial, lo que equivale a 322 millones de personas que viven con depresión [OMS].
Los síntomas incluyen: estado de ánimo deprimido, anhedonia (incapacidad de sentir placer), irritabilidad, dificultad para concentrarse, cambios en el apetito y en el sueño [3], asociándose también a un deterioro psicológico y funcional, a déficits cognitivos, a un mayor riesgo de comportamiento suicida y a un aumento de la mortalidad [4].
La teoría más utilizada para explicar los síntomas depresivos apunta a la disminución de los niveles de neurotransmisores (serotonina, noradrenalina y dopamina) en las hendiduras sinápticas (gaps), que son los espacios entre dos neuronas por los que pasan los impulsos nerviosos. En la actualidad, estos efectos se tratan farmacológicamente con antidepresivos. Sin embargo, recientemente se ha demostrado que los pacientes deprimidos tienen alterada la microbiota intestinal [5] [6] [7], por lo que se están investigando nuevas vías para comprender mejor la fisiología de la depresión.
Una de ellas es el estudio de la microbiota intestinal y su comunicación con el cerebro a través del eje intestino-cerebro. Esta vía es importante, compleja y bidireccional [8]. El cerebro influye en el tracto gastrointestinal, y el intestino influye en las funciones cerebrales, especialmente en las relacionadas con el estrés [9]. La desregulación de esta comunicación es evidente en los pacientes con depresión. Todos estos hallazgos sugieren que, hoy en día, la depresión no debe concebirse únicamente como un trastorno mental del cerebro, sino como un trastorno más sistémico que también implica al intestino.
Siguiendo esta línea de investigación, la microbiota intestinal debería ser investigada y discutida como un importante objetivo neurofarmacológico para la depresión. Un estudio de 2001 confirmó el papel de la inflamación en los trastornos depresivos [10]. Investigaciones más recientes indican que los cambios en la microbiota intestinal (debidos a enfermedades, estrés, cambios en la nutrición) pueden provocar una inflamación sistémica que llega al sistema nervioso central (SNC).
Se han realizado estudios clínicos con probióticos, microorganismos vivos que habitan en el intestino y que contribuyen a la salud humana. Estas investigaciones han apoyado que las bacterias probióticas tienen efectos positivos en el sistema nervioso central y sugieren que su administración podría mejorar la función mental en pacientes con depresión y otros trastornos mentales [11]. Así, la modulación de la composición del microbioma puede afectar al cerebro y al comportamiento a través de la vía de comunicación del eje intestino-cerebro [12][13]. Otros estudios también muestran que el tratamiento con probióticos reduce notablemente el comportamiento depresivo [14] y que los probióticos tomados por los pacientes han dado lugar a respuestas antidepresivas [15].
Estos hallazgos ayudan a dilucidar la fisiopatología de la depresión y a mostrar la necesidad de estudiar nuevas estrategias terapéuticas para mejorar su tratamiento. En esta línea y de cara al futuro, las evidencias acumuladas merecen prestar una creciente atención a la psiquiatría biológica de la depresión [16] y los nuevos tratamientos para la depresión tendrán en cuenta el microbioma.